Las palabras resonaron en su cabeza, cada vez con mayor fuerza, con la intensidad creciente de una tormenta. La voz del Arcángel se clavó cuales claves ardiendo en lo más profundo de su ser, y la intensa mirada del ángel mayor se clavó en él, taladrándole la cabeza, cargada de odio y desprecio. Su imagen imponente le hacía sentirse enano a su lado: cabellos plateados danzantes, semblante severo y completamente pálido, inmensas alas emplumadas de blanco azulado y ojos de un azul tan intenso como la inmensidad del cielo. Más o menos a su imagen eran todos los ángeles: pálidos, de cabellos dorados y blancos, ojos claros y enormes alas blanquecinas. Todos menos uno. Menos él.
Lleva la marca del mal en su piel
Desgracia, ultraje
Desdén, fue infiel
Desde el principio problemas dio él
No puede cambiar
Desprecio, ultraje
Desdén, fue infiel
Él siempre va a traicionar
Lleva la marca del mal en su piel
Él era distinto. Piel tostada, alas grises, cabellos oscuros y mirada de un rojo intenso como la sangre. Era distinto a los demás, pero era un ángel: un ángel y un demonio.
-No… por favor, os lo ruego, no me hagáis esto… no me condenéis a esto…
Su suplica no aplacó la decisión del Arcángel. Agachó la cabeza, abatido, desesperado, histérico. Todo su cuerpo temblaba, Algunas lágrimas relucientes nacieron de sus ojos y recorrieron su rostro como si de ríos se tratasen.
-Largo. –Pronunció el Arcángel.
Maldito traidor
Desgracia, ultraje
Desdén, fue infiel
Vete de aquí, agitador
Desde el principio problemas dio él
Hasta nunca, por tu culpa
Él nació del dolor
Se ha criado en el rencor
Vivirá con su acción
Mas nunca olvidéis que no tiene perdón
-¡Soy como vosotros! –Beleronte se puse en pie y habló a todos los ángeles allí reunidos.- ¡Soy un ángel! ¡Mirad las alas, ninguna criatura las posee! Mi color no dice nada, soy un ángel.
-Eres demonio.
-¡Soy de los dos! –Vociferó al Arcángel, perdiendo los nervios.- Mas sin embargo, me considero un ángel. Soy un hijo de la luna, como vosotros. ¡Como tú!
-Llevas la marca del mal en tu piel. Eres demonio y no puedes vivir en Edén. No eres un ángel puro, no puedes poseer los atributos de los mismos. Perderás tus alas, es la ley.
-¡Soy de los vuestros!
-No eres uno más.
Él no es como los demás
Castigar, desterrar, es la ley
Nos mintió, conspiró
Contra nuestro rey
Para siempre dejémoslo atrás
Él no es de los nuestros, no es uno más
-Por favor… -Lloró.- Por favor…
-Serás un ángel caído. Jamás regresarás a Edén. Perderás tus alas. Ese es tu castigo. No eres uno más.
Se giró, buscando consuelo y ayuda en el rostro de los demás ángeles, pero solo encontró miradas toscas y hurañas, ira y odio. Desprecio. ¿Pero por qué? ¿Por qué eran tan crueles? El Arcángel se le acercó.
-Hasta nunca.
Como una tela que se deshilacha hilo a hilo, así las alas de Beleronte se fueron deshaciendo a los ojos de todos. El ángel lloró desconsoladamente al ver como sus preciadas alas se desvanecían sin que él pudiera hacer nada al respecto. Perdía sus alas, perdía su condición de ángel. Su ser quedaría vacío, incompleto. Quedaba condenado a una vida de dolor.
Y entonces, sintió que caía. Y solo caía. Caía desde una cúspide brillante y luminosa, desde donde los demás le observaban con desprecio. Caía sin sus alas, ya no podía volar. Nunca regresaría con los suyos.
Desprecio, desdén
Una última lágrima escapó de sus párpados. Una perla brillante que se separó de sus ojos y cayó precipitadamente contra el suelo. El dolor que sentía era indescriptible. De repente el peso de la soledad y el desprecio chocaron contra él. Ya no tenía sentido vivir.
Desprecio
La lágrima se estrelló contra la tierra. Una tierra yerma, muerta, allí, donde cayó, creció una flor. Era una flor horrenda, distinta al resto de flores hermosas y bellas. Pero su olor era especialmente dulce y agradable, el perfume más hermoso de la tierra. Pero nadie lo olió, porque era distinta. Se pudrió en medio del desprecio, llevándose su perfume con ella.