Una no era ninguna. Para dejar bien en claro que la paternidad americanista no sólo había sufrido una pausa sino una finalización rotunda e indefinida, Cruz Azul echó mano de Christian Giménez, autor del tanto con que se gestó la victoria ante las Águilas el torneo anterior, para emplearlo como el socio perfecto de Emanuel Villa.
Entre los dos argentinos acabaron con la gallardía de unas Águilas que fueron orilladas a tragarse la retórica de media semana. El “Chaco” se permitió recordar el extraordinario platillo emplumado que degustó hace unos cuantos meses y decidió, como todo buen amigo, que debía compartirlo con su colega.
A los 16 minutos, y no sin un fuerte susto de por medio producido por un potente disparo de Montenegro que acabó estremeciendo el cuerpo de Aquino, Giménez capturó una pelota que atravesaba el área desde el costado izquierdo, observó el corazón azulcrema y elevó la de gajos para que Villa la buscara, la encontrara y terminara sacando un cabezazo cualquiera, pero que dejó de ser del montón gracias a que Ochoa se empeñó en seguir demostrando que el cancerbero titular de la Selección sí estaba en el Azteca, pero no en el terreno que el pisaba, sino en el de la meta cementera. La de gajos botó y pasó por encima de un Ochoa que se contorsionaba como águila sin alas.
Giménez y Vlla no estaban conformes. El error de Ochoa prometía quitarles protagonismo mediático en las horas posteriores. Ellos querían llevarse la gloria e idearon la jugada perfecta. “Chaco” tomó el esférico, lo trató con cariño y mandó centro raso que Emanuel aguardó con un ojo puesto en él y con otro puesto en la presa. El tiempo discurrió más lento de lo normal. La pelota se paseó en cámara lenta para enseguida estallar con un trallazo que la llevó a descansar en las redes cuando Ochoa apenas terminaba de ejecutar un vuelo que acabó dejándolo como el máximo damnificado de la dupla letal celeste.
Lo que siguió para el americanismo fue aferrarse al tradicional idilio que sostiene Cruz Azul con la tragedia. Ya en muchas ocasiones se había dado lo insospechado. No habría sido la primera vez que la Máquina perdiera cuando todo estaba puesto para que ganara.
Nada extraordinario ocurrió. La escuadra de Meza no se atrevió a ir contra la lógica y rubricó una victoria que terminó siendo sencilla. Tras los dos tantos, los cementeros sufrieron con un disparo de Olivera, con la irresponsable imagen pintarrajeada de un inoperante Vuoso y con esfuerzos aislados del América en el complemento.
Segundos antes del pitido, Reyna pretendió volver un poco aceptable lo que siempre resultará indecente para su afición. Sin embargo, el árbitro invalidó la acción por fuera de lugar.
Al final, los 65 mil espectadores que poblaron el Coloso de Santa Úrsula se fueron con la certeza de que a Reinoso le hace falta algo más que las palabras, con un claro ganador en el duelo de arqueros y con el justo reconocimiento a Villa y Giménez, quienes firmaron ante notario el desenlace absoluta de la ya anecdótica hegemonía azulcrema.
Y porque soñar no cuesta nada. Los aficionados celestes sumaron una rayita en su cuenta y esperan ansiosos a que se junte al menos un triunfo más para empezar a construir una nueva jetatura.
Cruz Azul terminó siendo la Máquina del dos: dos triunfos acumulados ante las Águilas ; dos goles, dos héroes (Villa y Giménez) y hasta dos victorias en el mismo partido (el que da los tres puntos y el de Corona sobre Ochoa)
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Hace 5 meses