Una de las zonas de mayor impunidad en el país es el territorio del opinionismo. Junto con los obispos, los diputados y los policías, los periodistas y los opinadores vivimos en un planeta donde todo se vale. En este terreno impera la ocurrencia, se acepta el plagio, abundan la estridencia, los arranques de indignación, los golpes de pecho. Se adula rutinariamente el lugar común. Desde hace unas semanas un diario clandestino publica los apuntes de Carlos Bravo Regidor donde se propone: "ensayar una lectura distinta, más exigente, de la prensa y de lo que escriben los profesionales de la opinión. Una lectura que no se resigne a los arrebatos retóricos del descontento (“es el colmo”, “no se vale”, “ya nomás faltaba”) y que conciba la crítica menos como un género de la protesta y más como un experimento en la autorreflexión."
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