La crisis del PAN se ha cultivado con paciencia y esmero. Los protagonistas sólo la han agravado en las últimas horas con un sorprendente despliegue de irresponsabilidad. El problema de Acción Nacional es profundo, es antiguo y no tiene remedio inmediato. Las personalidades del momento han profundizado la crisis, sin duda, pero no la han originado. Acción Nacional enfrentará los inevitables desequilibrios de la derrota reciente pero su enredo es anterior. La crisis de identidad que enfrenta hoy vino con la victoria—no con la derrota. Lo que hoy sale a la luz no es solamente una vieja historia de agravios familiares, sino una profunda confusión ideológica y estratégica, la ausencia de liderazgos solventes, la degradación más profunda de las plataformas de avenencia.
El poder permitió a los panistas eludir su confusión ideológica. Dos de los suyos ocuparon la presidencia y, de distinta manera, se treparon al tren del gobierno. Había que apoyar a fin de cuentas al gobierno panista y las diferencias, los agravios se barrieron debajo de la alfombra. Pero los dos experimentos fallaron gravemente. En ambas administraciones prevaleció el desencuentro, la incapacidad de los presidentes para construir una relación respetuosa y funcional con su partido; la torpeza de los panistas para adaptarse a la nueva circunstancia y tener un programa para el nuevo régimen.
Tenía que explotar la contradicción de un partido que gobernó en contra de su proyecto. Tenía que reventar la fórmula de convivencia tras recibir el desprecio (de Fox) y la humillación (de Calderón). Para Fox el PAN fue una escalera; para Calderón un criado. Fox se olvidó de su partido tras la elección con la intención de gobernar por encima de las parcialidades; Calderón se olvidó de los hábitos y las sensibilidades panistas para imponerse en su partido como un sátrapa. El agujero en el que queda el PAN no es solamente el de haber perdido la presidencia, sino el haber perdido el sentido. No pueden los panistas presentarse hoy para decir que su arribo al poder significó la puesta en marcha de un proyecto trabajado en décadas. Los panistas podrán presumir cosas valiosas: responsabilidad económica, un seguro de salud, carreteras. No pueden decir que fueron congruentes con su programa histórico, ni siquiera que adaptaron el programa a las circunstancias. Lo que hicieron durante doce años fue traicionar un proyecto democrático, aliarse a sus enemigos históricos, darle cuerda al autoritarismo que combatieron durante años. El Partido Acción Nacional no es un partido cínico: por eso es un partido avergonzado.
Todo partido que pierde una elección se ve obligado a repensar sus ideas, a relevar sus liderazgos, a replantear su estrategia. Lo del PAN es mucho más que eso. El PAN, para decirlo con su propio vocabulario, perdió el alma con el poder. Se convirtió en un partido sin alma, como diría Castillo Peraza: una organización sin energía, sin aliento, sin sustancia vital. Un refrigerador: un aparato para enfriar el jamón.
La desgracia adicional del PAN es que, en el momento de esta profunda crisis, aparecen dos tribus marcadas por el resentimiento, la miopía y la arrogancia. El cuento de la última explosión es extraordinariamente pedestre. Ningún actor se salva. La gasolina corriendo y los panistas deciden organizar un torneo de pirómanos. Unos tienen la presidencia del partido, otros tenían el control de la bancada panista. Unos se creían intocables; los otros tienen las reglas a su favor. Han jugado a reventar la cuerda y lo están logrando. El resentimiento ha sido la brújula de ambas tribus. El presidente del PAN ha defendido, a veces con elocuencia, a veces con torpeza, la necesidad de negociar con el gobierno federal. Pero no ha tenido la cortesía de incorporar a un flanco indispensable de su partido a la negociación. El clan contrario, anulado. El presidente del partido es el dueño de la tienda y la maneja a su antojo. Quien no se subordine, será ejemplarmente sancionado. Los calderonistas han respondido con la madurez de un niño de preescolar y los desplantes de una diva: nosotros somos dueños de la bancada en el Senado y haremos lo que nos de la gana. Entre una y otra tribu, la incomunicación. La responsabilidad esencial de los dos grupos era entenderse. No solamente porque era necesario para cuidar la casa común, sino porque en la diferenciación negociada radicaba el fortalecimiento de cada grupo frente al gobierno. Pero en el PAN se empeñaron en reventar los puentes de comunicación. Y el presidente del partido, como bien ha dicho Soledad Loaeza, en lugar de reconstruirlos, decidió dinamitarlos.
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